Ayer, casualmente comí con unas amigas. Como todos los regalos que te trae la vida, no estaba planeado comer juntas, las sincronicidades hicieron que fuera posible. Ellas han formado parte aún sin saberlo del todo, de mi proceso de transformación entre una mujer amargada por no poder tener hijos, a una mujer realizada en la vida, satisfecha y plena. Se sorprendian del cambio tan profundo que he llevado a cabo en estos años. Me hizo de nuevo revisar mi historia y la de miles de mujeres en estas circunstancias por eso quiero expresar hoy esto.
Cuando una mujer no puede tener hijos en ocasiones odia su cuerpo, reniega de su fuente de inspiración y creación más poderosa que está en lo más íntimo de cada una de nosotras. Enfadada con Dios, con el mundo, con la naturaleza, contra su cuerpo y contra ella, podemos hacernos mucho daño.
El temor de una mujer a no poder ser madre puede destruir su salud de manera considerable. El contexto cultural y social donde además se encuentra inmersa, puede facilitar aún más esa destrucción por eso escribo hoy aquí que es sumamente esencial para estas mujeres, que confien en lo que en el fondo todas sabemos: que nuestro cuerpo es nuestro aliado, y que siempre nos va a señalar la difrección que necesitamos seguir. Es cuestión de bailar con él y no pelearse. Con una nueva perspectiva sobre su cuerpo y sobre ella misma, con frecuencia comienza a sanar mental, emocional y espiritualmente y también fisicamente reconectándose de nuevo con la conciencia de lo que es importante en la vida. Carl Jung decía que los dioses nos visitan mediante la enfermedad. El problema de la infertilidad ó la imposibilidad de engendrar hijos desde luego que es una invitación a una revisión de la propia vida muy profunda.
Debido a la falta de una manera de identificar y cambiar sus situaciones, muchas mujeres, yo he sido una de ellas, se entregan de esta manera a adicciones múltiples como el exceso de trabajo, el exceso de atención a los demás, fumar y comer en exceso, que tienen como consecuencia un ciclo interminable de maltrato que nosotras mismas perpetuamos. La finalidad de una adicción es poner un amortiguador entre nosotras y nuestra percepción de los sentimientos. Nos sirve para insensibilizarnos, para desentendernos de lo que sabemos y de lo que sentimos. Esto ya lo descubrí hace años durante mi trabajo con personas adictivas a sustancias y la propia revisión de mi propia enfermedad adictiva. Mi trabajo de tesina «DROGAS, LOCOS Y PRESOS» así lo concluye.
Al ser maltratadas así por nosotras mismas nos enfermamos y entonces acudimos en ocasiones al sistema médico, equiparado para dar principalmente soluciones farmacológicas rápidas a problemas que no se pueden remediar mientras no cambiemos nuestras creencias, pensamientos y estilos de vida. Cuando reconocemos y liberamos nuestro dolor emocional, conectamos inmediatamente con nuestros sentimientos y nuestra guía interior. Nuestro intelecto puede entonces asumir servir a nuestros corazones y nuestra alma, a nuestro conocimiento más profundo de la vida. Entonces es cuando empieza a producirse la curación y donde ya no está la falta, la carencia, la angustia, sino la alegría y la satisfacción por la vida y por una misma como ser humano.