Tengo muchas preguntas sobre este tema tan gigante y que abarca tanto. Preguntas que desde hace mucho tiempo están en mi cabeza. ¿Nos enseñan a cuidarnos?, ¿Quién lo hace y cómo?, ¿Estamos satisfecho/as con los cuidados que damos y recibimos a nosotro/as mismo/as y a lo/as demás?. ¿Qué cuidados necesitamos y de quiénes?, ¿Quiénes los necesitan más?, ¿Cómo cuidamos?. ¿Qué tiene que ver los cuidados con el amor?. Dedicarnos a cuidarnos ¿es egoísta?, dedicarnos a cuidar a otro/as es altruista?. ¿En qué consiste la culpa con respecto a los cuidados?, ¿Cuál es el enfado por la falta de cuidado ó el abandono?. ¿Cuándo está suficiente bien cuidado algo o alguien?, ¿eso como se sabe?.
¿Todo el mundo que cuida o se cuida ama mientras lo hace?, no creo que sea así siempre. En ocasiones los cuidados pueden convertirse en disfraces del tipo, “te cuido para que me des”, “para que me quieras”, “para no sentirme solo/a”, “para no sentirme culpable”, “para tener un reconocimiento social”, “me cuido para gustar a otro/as”, “para ser mejor que…”. ¿Se instrumentaliza el cuidado?. Por supuesto no lo puedo decir en todo momento pero en muchos casos y situaciones yo diría que sí.
Las áreas de los cuidados son múltiples. Existen cuidados personales, sociales, económicos, familiares, de pareja, de amistad, de hijo/as, de anciano/as, de personas enfermas, del planeta, de otros seres vivos, del cuerpo, del alma y del espíritu, de personas y de cosas, propiedades, objetos, etc.
Cuando solemos decir a alguien “cuídate”. ¿Qué significa exactamente?. Imagino que querrá decir algo así, como mantente de la mejor manera posible para ti, estate atento/a a ti mismo/a, no te abandones o algo por el estilo.
Siempre me ha parecido un tema muy complicado a la vez que apasionante. Los humanos somo seres vivos muy vulnerables y con bastantes necesidades. Cuando nacemos, siempre hay una o varias figuras que se encargan de que nuestros cuidados básicos se lleven a cabo, (sueño, alimentación, temperatura…). La persona recién nacida es un ser extremadamente frágil, delicado, tierno y dependiente.

A lo largo de la historia, los primeros cuidados han recaído en las madres o mujeres en general. Ellas eran las referentes y expertas en los cuidados y necesidades ajenas. Las mujeres más mayores enseñaban a cuidar siempre al resto, a las jóvenes aprendizas. Los padres o figuras paternas creo que también han cuidado de otra manera, encargándose de otro tipo de atenciones a lo/as más pequeño/as, un cuidado en asuntos de interacciones en las sociedades que vivíamos, un cuidado económico y de atención a otras necesidades infantiles y/o juveniles.
Cuando estoy con mi madre de 85 años, muchas veces siento que ella me sigue cuidando a mí y yo a ella también. Cuidados mutuos, reciprocidad, dar y recibir. Durmiendo una pequeña siesta en un lugar familiar de nuestra infancia, mi hermana, mi madre y yo recordábamos nuestra vida pasada en nuestra familia de origen, de repente me llegó un olor a crema de Pons de mi madre que me encantaba cuando yo me ponía en su regazo. Ahora, a su edad, aún me cogía la mano en ese momento mientras yo dormitaba.

De pequeña sentía que mi madre no se cuidaba bien, sufría jaquecas nerviosas, irritabilidad, ansiedad e incluso en muchas épocas depresión. He sentido muchas veces que tampoco me cuidaba del todo a mí y el sentimiento de abandono y soledad fue durante muchos años de mi vida un clásico. Estoy convencida de que esas experiencias me han marcado en mi historia de cuidados personales. También creo que el cuidado de mi padre me marcó.
Hoy en día siento y veo que el cuidado se convierte en una exigencia, un “tengo que cuidarme” o un “debería cuidar mejor de mis padres, mis hijo/as” con la consiguiente culpa y autoreproches que esto conlleva.
El cuidarse o cuidarnos podría alguna vez ser algo agradable, algo que se haga con gusto, que proporcione placer en lugar de sacrificio, de ansiedad, culpa, pereza u obligación y por supuesto que en muchas ocasiones es así, por suerte. Parece que “tenemos que hacer las cosas bien”. Cada vez tengo más la sensación de que hacemos como podemos y siento que cada vez podemos menos, llegar a menos. Entre tantos estímulos diarios, intentamos llegar a todo y a todo/as. Además, tenemos la exigencia de hacerlo perfecto, de hacerlo “bien”. El error, la impotencia, la incapacidad de llegar nos sepulta bajo una losa pesada aplastando así nuestro amor, el perdón, el encuentro y la paz que en el fondo ansiamos. No hacemos más que correr para llegar a “atender” todas las facetas de la vida que nos hemos inventado, incluido ahora la de atender los emails, llamadas, los WhatsApp ó a nuestros seguidores en las redes sociales. El cuidar de nuestro tiempo y emplearlo en asuntos que nos hagan sentir plenitud es todo un hito.
En una época donde la pandemia por el COVID está poniendo en entredicho los cuidados, personales y ajenos, esto me sobreviene más intensamente. “Cuidado con el contagio”. Si no tenemos cuidado llegará la culpa de matar a personas. Como, dijo una amiga una vez, si cada uno/a fuésemos un paquete bomba a punto de explotar y aniquilar a la mitad de nuestros familiares, conocido/as, amigo/as y congéneres con lo que eso significa para nuestras conciencias. El miedo se ha instaurado en cada poro de nuestra piel y crece como el musgo en la roca, inundándonos completamente. Miedo a “no hacer como se debe”, como nos han dicho que se procede en una pandemia aquello/as, lo/as que saben, que dictan las directrices de comportamiento.
Cuando nos metemos con nuestro comportamiento, siempre aparece el juez interno que valora nuestras acciones, que cataloga, clasifica y dictamina, por no hablar del juicio ajeno, del que huimos, ya que lleva consigo una falta de amor, de respeto y por supuesto una posible exclusión de nuestra persona en sus corazones y eso nos espanta. Por eso hemos de hacer como nos dicen, aunque para ello haga falta ir en contra de valores propios o de lo que nos dicen aún a costa de sacrificar otros cuidados. ¿Siempre se ha de sacrificar unos cuidados en post de otros?. Por otro lado, no me gustaría pertenecer al grupo de los que dictan cómo se ha de hacer. Eso pertenece al mundo de los sabios y creo que esa es una categoría no muy fácil de adquirir y que tampoco reconozco en las personas en estos tiempos.
Puede que un día me sorprenda la muerte sin haber aprobado la asignatura de cuidados. No creo que pueda sacar más de un bien, aunque me gustaría obtener una calificación bastante aceptable. Cuanto más mayor me voy haciendo tengo la certeza de que depende enteramente de mí y me agrada ir comprobando que cada vez más, como voy dejando libre a otro/as de ese designio en mi persona. He de reconocer que me siento cuidada y eso es un privilegio. En ocasiones pienso y siento que existen otros entes en otras realidades ajenas que, de alguna manera, lo hacen para mí. Eso es un asunto inexplicable.
Los límites son un cuidado, el límite que marca mi estómago cuando como demasiado o mi cuerpo cuando me grita en el caso de que me sobrepase con él. Hay una tolerancia y una intolerancia que vienen marcadas por límites. Los límites varían mucho, así como las personas. Hay límites que son tan convenientes como el agua a las plantas y que nos resistimos a admitir debido a nuestra soberbia, nuestro narcisismo, nuestra vanidad, avaricia, lujuria, inconformismo y en definitiva a nuestro ego. No queremos escuchar, nos pensamos invencibles, capaces de demasiadas cosas y eso es una completa falacia, pertenece al un mundo creado por nuestra mente pequeña. Renunciar, decidir, asumir y rendirnos ante nuestra impotencia no se estila. Mucha pelea. Las peleas creo que no están dentro del conjunto de los cuidados. ¿No es así?.
La mente controladora tampoco me parece una buena amiga de los cuidados ya que provoca mucha tensión, esfuerzo, directividad y rigidez. En los tiempos que corren existe mucho control, queremos saber, organizar y pilotar sin dar permiso al libre albedrío que también tiene derecho a existir.
El agradecimiento o mejor dicho la falta de él y el reconocimiento intuyo que forma parte del compendio de los cuidados, así como el ritmo o la armonía forman parte de una pieza musical. Aunque no lo escuchemos, existe y suena por más que nuestra sordera no nos permita reconocerlo. Si pudiéramos dar gracias por lo que somos y vivimos y no solo por la falta y la carencia imagino que encontraríamos más paz y armonía.
Finalmente, el perdón de aquello/as que no supieron cuidarnos mejor o de nuestra falta de cuidados me parece básico para seguir adelante. Comprender, entender, sin justificar ni juzgar los actos con respecto a los cuidados me permite la compasión y mi comprensión más humana. A veces, los fracasos son el trampolín de los éxitos y quiero pensar que el fracaso en los cuidados puede llegar a ser una resignificación en este sentido y encontrar el camino perdido. Tratar de superarme en este asunto es una carrera. La victoria no se obtiene por kilómetros sino por centímetros.
Ganar un poco hoy es asegurarme ese terreno y después ganar otro poco. Como dijo Calderón de la Barca “Que errar lo menos no importa si acertó lo principal” o Gandhi “La confesión de los errores es como una escoba que quita el polvo y deja la superficie más limpia que antes”. Cuando los vientos no son favorables perdemos el rumbo y estos vientos que estamos viviendo nos están llevando a sitios peligrosos. Sigo progresando constantemente, con esta meta al frente.